Llevo meses viendo de nuevo Star Trek: La Nueva Generación. Mis recuerdos eran un poco borrosos. Recordaba momentos épicos, la guerra contra los Borg, los conflictos entre los Klingon, algunos episodios individuales, como aquel en que Picard vive una vida entera en un breve tiempo y aprende a tocar la flauta, o la raza cuyo lenguaje estaba basado en analogías con leyendas.
La mayoría de los episodios son lentos, centrándose en dilemas filosóficos o morales; la violencia es inexistente o muy escasa. Las escenas de combate son, diría, incluso menos que en la serie original.
Sin embargo, las nuevas series son series de acción, con ritmo frenético, llenas de violencia, donde un episodio sin combate es inimimaginable. Incluso la mejor de todas, Strange New Worlds, la que tiene un espíritu más cercano a la original, está centrada en combates y violencia. Un descubrimiento que en La Nueva Generación habría dado para un capítulo perfecto, la habilidad de crear hologramas de gente muerta con su personalidad, habilidades y recuerdos, es sólo usado en Picard como una forma de traer de vuelta un personaje que pelea muy bien.
¿Qué ha pasado? No es algo sólo relativo a mi querida Star Trek, sino que toda la sociedad se ha infantilizado e insensibilizado a la violencia. Necesitamos ese ritmo frenético, y toda esa violencia, para ser capaces de mantener nuestra atención durante una hora (duduso, porque pararemos varias veces para mirar el teléfono).Porque hemos perdido la capacidad de concentrarnos, de pensar; porque nos hemos convertido en máquinas, en receptores de entretenimiento basura que nos distraiga un poco entre compra y compra.
¿Y hay solución? La hay, claro, aprender, cambiar; darnos cuenta de que el papel pasivo que hemos aceptado sólo lleva a la destrucción personal, de la sociedad y del planeta mismo.