Un año sin cine, sin ese ritual de la sala a oscuras, la pantalla grande, el silencio, la imposibilidad de parar lo que sucede en la pantalla para charlar o mirar tu móvil.
La mayoría del cine que vi este año ha sido en pantalla pequeña, la televisión, o, en la más pequeña aún, el iPad durante los dos meses que pasé en el hospital (pensaba que escribiría y escribiría sobre ello en cuanto saliese, de la leucemia, la incertidumbre de si vas a vivir, de la necesidad de cambiar mi vida para siempre con esta segunda oportunidad, de cómo en 2020 lo perdí todo, para luego ganarlo todo de nuevo, y la responsabilidad que ello implica, pero creo que aún no soy capaz, que aún estoy intentando entender lo sucedido)
Estas son, por tanto, las más destacadas dentro de esa escasez (Una de las tres ni siquiera la vi en sala, pero es mejor que sus competidoras). Mucha menos calidad que otros años, ninguna película grande. Ojalá podamos volver a la sala en el 2021, subir las escaleras del Picurehouse Central, o las de los Verdi de Madrid.
La Verdad, de Hirokazu Koreeda
No es el mejor Koreeda, pero sigue siendo uno de los mejores directores en activo, con su tema principal, la familia, esta vez en Francia. La experiencia humana es universal, y lo atractivo de Koreeda es su comprensión de la misma, no su exotismo oriental.
Vida oculta, de Terrence Malick
La prueba de que no ha sido un buen año es que no salí satisfecho de la sala (los Curzon de Bloomsbury, otra de esas salas añoradas, donde también vi la anterior), y, pese a ello, no deja de ser una de las mejores del año.
La fórmula Malick sigue funcionando y emocionando: esas conversaciones interiores con Dios (sus películas suelen ser calificadas como drama, pero su verdadero género es cine religioso), la bellísima fotografía; pero, en mi opinión, abusa de ella. Ni hacía falta tres horas para esta película, y hay un límite a cuántas veces puedes mostrar tomas de la hierba.
Los dos papas, de Fernando Meirelles
Y llegamos a la tercera, que ni siquiera vi en sala, sino en televisión, via Netflix. De nuevo, cine religioso (¿ha sido este el tema del 2020? ¿Dios?), con excelentes interpretaciones de Anthony Hopkins y Jonathan Pryce.