Nel mezzo del cammin di nostra vita
mi ritrovai per una selva oscura,
hé la diritta via era smarrita.
Ahi quanto a dir qual era è cosa dura
esta selva selvaggia e aspra e forte
che nel pensier rinova la paura!
Dante, Divina Comedia, Canto I
Era una noche lluviosa, hace varias semanas. Caminaba por las calles del centro de Milán, junto a dos compañeros de trabajo. Buscábamos un supermercado 24 horas para comprar unas galletas de chocolate que no se podían encontrar en Londres.
So, dije yo, this is a German, an Italian and a Spaniard walking under the rain in Milano looking for Nutella cookies. El italiano rió, y respondió It sounds as the beginning of a joke.
Esas calles de Milán, esa zona antigua, burguesa, podrían haber sido Viena, o París, o Madrid. Me sentía en casa, de una forma que en este cruel Londres, esta caótica amalgama de pueblos de calles curvas, jamás he logrado (y eso, para mí que tanto amaba Londres cuando era joven, y paseaba alucinado por esas mismas calles, es doblemente doloroso).
Me sentía en esos momentos salvajemente optimista, pero también perdido, como cuando, muchos años atrás, llevaba esa caótica vida viajera que me llevó, en parte, a comenzar este blog. Esa sensación de total falta de control, de no saber dónde estabas, donde ibas. Simplemente te dejabas llevar, un vuelo, otro vuelo, cambiabas billetes, y volabas a Santiago en vez de a Madrid. Titulé ese (este) blog Una vida absurda produce desvaríos. Así sentía esa vida. Absurda, caótica, vacía de patrones, argumento, pero también febril y mágica.
Años después, decidí que había cambiado, crecido, que mi vida sí tenía sentido. Cambié el título, me cambié a mí mismo (eso que todos los humanos hacemos constantemente. La vida, el final, no es sino un continuo cambiarnos a nosotros mismos). Pero en realidad, ese frenético vagabundear seguía aquí, de una forma incluso más acusada. Madrid, Viena, Londres, otra vez Madrid, otra vez el odiado Londres. Culo inquieto, me llamaba mi madre. Mi padre me dice que he heredado eso de él, y que no le trajo más que desdichas. Pero, al final, yo soy quien soy. ¿Qué otra cosa podía hacer?
The beginning of a joke.
El verdadero chiste es que no es el comienzo de uno, sino la mitad. De ese chiste que es la vida. Que, por mucho que luchemos, no deja de ser absurda, breve, y todas nuestras luchas y sueños, desvaríos pasajeros. Que el control es siempre ilusorio. Que si hay patrones, nos resultan invisibles. Que los dioses son caprichosos, y a menudo crueles.
Y sin embargo, ha sido (es) una buena vida, es difícil negar eso, incluso en este mundo que se derrumba. Mi gran queja es que el precio a pagar ha sido demasiado alto, demasiado doloroso. Y que nadie nunca me preguntó (ni a mí, ni a nadie) si era consciente de ello, si de verdad quería pagarlo. ¿Y a quién puedo reclamar?