Siempre he sido más fan de Star Star Wars que de Star Trek. El que creo que es mi primer recuerdo es estar en el cine, viendo maravillado las escenas de la batalla de Hoth en El Imperio Contrataca. Y una tradición que mi madre y yo mantuvimos durante muchos años es ver la Trilogía en Navidad (y a menudo en un solo día).
Pero en los últimos años me dedico a ver lentamente todas las series de Star Trek, concretamente desde el 2016, el año de Trump y el Brexit. No lo asocié en su momento, pero ahora, tras tres años de ver episodio tras episodio (ando ahora con Voyager), y de sufrir los constantes asaltos del fascismo que, en este siglo XXI, que se suponía que debía ser el futuro, se resiste a morir, no creo que sea casualidad.
La serie original comenzó en 1966, en lo más álgido de la Guerra Fría, cuando el mundo podía en cualquier momento, y nos dio una utopía, un mundo unido, sin países o froteras, donde las razas no importan (ni siquiera si eres humano o no), donde el dinero ha desaparecido, donde la paz es posible, y puedes convertir en amigos a tus enemigos. Nos dio también, si no el primer beso interracial en televisión, sí el primero que se recuerda.
En esta época en la que se intenta recuperar lo peor del siglo XX (anoche asistía aterrorizado a los discursos post electorales de PP y Ciudadanos, con su revanchismo, su odio radical hacia el progresismo, y la voluntad de pactar con el fascismo si de esa forma logran volver a su Madrid gris, lleno de odio y coches), en estos tiempos de Trumps y Salvinis, necesitamos ese sueño, esa utopía, ese Live long and prosper, aferrarnos a que el futuro puede ser mejor, que la paz, la civilización, y el progreso son posibles.