Nel mezzo del cammin di nostra vita
mi ritrovai per una selva oscura
ché la diritta via era smarrita.
Dante, Divina Comedia
Mi padre siempre ha lamentado el haber dejado la Marina. Pasó allí varios años, sin lograr adaptarse a la disciplina militar, y, finalmente, la abandonó por una carrera, en Correos, que nunca le satisfizo. Y esa decisión, el dejar la Marina, es tal vez el gran y si… de su vida, la intersección donde cree que tomó el camino equivocado (yo, claro, no acabo de compartirlo: de haber tomado la otra ruta, mis padres nunca se hubieran conocido, y yo no habría nacido. Mi padre me dijo una vez que habría conocido a mi madre de todas formas, y que yo sí habría nacido, sólo que en otro lugar. Lo dudo, pero, en cualquier caso, él está en su derecho a lamentar sus decisiones, aunque el fruto indirecto fuera yo).
Y algo que los seres humanos hacemos es repetir los errores de nuestros padres. Así, yo también tengo ya mi gran y si…: el haber dejado Viena. Cada vez que recuerdo el que fue mi hogar durante un año, la culpa aparece y exige que le preste atención. Y mis razones son menos románticas que la rebeldía de mi padre: el momento en que perdí el camino fue por una combinación de miedo y ambición (más ambición que miedo: en realidad, este no era más que la excusa).
La pregunta es si lograré remediar ese error, y volver, o compensar por ello triunfando, esta vez sí, en Madrid. O, cuanto menos, perdonarme.