Contemplo con absoluto horror como en los últimos años se ha hecho habitual el apelar al Pueblo, como una entidad que tiene una personalidad, una voluntad, ideas y deseos… Por supuesto, esos deseos del pueblo son totalmente uniformes, y coinciden siempre con los del político de turno (que rara vez se definirá como tal: no será un político, sino parte de la gente). Una versión aún más hostil es la de la gente común y decente: si discrepas ya no sólo no eres parte del Pueblo, sino que eres indecente, un enemigo del Pueblo. Otra variante es la de la mayoría silenciosa, donde no importa lo que digan las encuestas o los votos, la mayor parte del pueblo está contigo, sólo que se dedican a ocupaciones decentes, no al activismo político.
Al Pueblo siempre se le oponen los Otros. Pueden ser la casta, o las élites liberales internacionalistas. Cualquiera, en fin, que no comulgue con la ideología en cuestión. Un ejemplo sangrante lo estamos viviendo en el Reino Unido estos días, donde el Pueblo se ha pronunciado con una abrumadora mayoría (un 52% de quienes podían votar, que no eran ni todos los habitantes del país, ni tampoco todos sus ciudadanos) por dejar la UE. Los Conservadores están usando esta mínima ventaja como excusa para romper todos los tratados que ataban al país a la UE, y para defender una política racista (que nada tenía que ver con la pregunta del referendum). Quien se opone a la salida es tachado de traidor, y de enemigo de la democracia, por ir contra la Voluntad del Pueblo. Y partidos que antes se oponían a la salida, como los Laboristas, ya no se atreven a hacerlo, y defienden el mejor tratado de salida posible. No se atreven a defender al 48% que quiso permanecer en la UE, que, de repente, se han quedado sin representación. Porque no son la gente.
Otro ejemplo es en España, de quienes tachan la reelección de Rajoy (un error, doloroso, y evitable, pero legal y democrático a fin de cuentas) como de un golpe de estado. Porque, de nuevo, los millones que han elegido votar al PP no son parte de ese Pueblo uniforme.
La realidad es que no existe el Pueblo. Existimos tú y yo, ciudadanos que pensamos, seguro, diferente en muchísimos aspectos. Y millones de otras personas, cada uno con sus ideas y deseos, distintos, y a menudo incompatibles (incompatibles incluso con los propios: todos tenemos nuestras contradicciones, es parte de ser humano). Y muchos de ellos, fácilmente manipulables (por desesperación, por falta de formación, por no dedicar bastante tiempo a pensar en lo que quieren y lo que se les ofrece).
Pero esta ciudadanía no tiene una voluntad común, y no es deseable que la tenga. Si estás completamente de acuerdo con alguien es, sin duda, porque no te has parado a pensar lo suficiente. En cuando lo haces, siempre surgen matices, discrepancias.
La democracia no trata de imponer la voluntad de un Pueblo inexistente. Trata de agregar las preferencias de todos estos ciudadanos individuales, y lograr un óptimo que esté lo menos lejos posible de todas ellas, y que nadie sea dañado por este resultado óptimo. De respetar a quienes discrepan, e intentar acomodarlos. De no pretender que todos los ciudadanos somos idénticos y opinamos y queremos lo mismo.
No confundir este no existe el Pueblo con el There is no such thing as society de Margaret Tatcher. La sociedad es precisamente ese foro donde coincidimos los ciudadanos para expresar nuestras ideas y deseos, para dialogar, para intentar llegar a un punto medio entre nuestras preferencias incompatibles. Y, si lo que queremos es una sociedad justa, para ayudar al otro, para no permitir que nadie quede atrás y asegurarnos de que todos tengan las mismas oportunidades.