Pensaba que había visto “In the Mood for Love” , la obra maestra de Wong Kar Wai, todavía en la Universidad, a mediados de carrera. Cuando llegué a Madrid tomé la costumbre de ir al cine los lunes, solo, en la primera sesión, en el día del espectador. Más adelante comenzaría a pasar más y más tiempo en la Facultad, mis horarios cambiaron, y mis visitas al cine comenzaron a tornarse nocturnas. Y después, largos paseos, caminando desde Plaza de España o Cuatro Caminos (todavía existían allí los Renoir), en medio del gélido invierno madrileño, o en esas noches de comienzos de veranos, cuando parecía que dormir siempre podía esperar, regresando al Jhonny (una noche, me paró un coche de policía. Me debieron encontrar sospechoso, caminando sólo, de noche. Consultaron si tenía antecedentes, y me dejaron ir. Recuerdo preguntarles inocentemente ¿Buscan a alguien?).
Pero no sucedió así. “In the Mood for Love” se estrena en España en febrero del 2001. En esos momentos yo estaba en un interludio en mi vida, en Albacete, en el hogar familiar, con la carrera terminada, pero sin trabajo. En marzo regresaría a la capital, a iniciar mi carrera como lo que más tarde llamaría, en los remotos inicios de este blog, chico corporativo. Debí ver la película en marzo, abril a lo sumo. Sí recuerdo con absoluta claridad que fue en los Alphaville, de noche, solo (acabada mi infancia, durante muchos años el cine fue para mí un placer solitario. Nunca llegué a disfrutar de verdad de la compañía en la sala, y mucho menos al salir. No es fácil encontrar a alguien que entienda de verdad, que comparta, la profunda experiencia que son esas dos horas a oscuras, en otro tiempo, otro lugar, otra vida).
La película, por supuesto, me maravilló, pero confieso que no tanto como debería. Yo era aún demasiado joven, demasiado verde, demasiado inocente, demasiado intacto para poder comprender realmente esta historia sobre un adulterio no consumado a la sombra de otro completamente real, de un amor no realizado, del doloroso paso del tiempo, de cómo a veces los dioses, el universo, decide simplemente que no puede ser. Fue en revisiones posteriores cuando he podido apreciar de verdad la perfección, la devastación ante este bello reflejo de los muros que la vida nos pone, las puertas que constantemente nos cierra.
Sí me sacudió absolutamente, tres años después, y aún lo hace, “2046”, su continuación. Aquí no vemos un amor imposible, sino todo un bosque de ellos. Amores que llegan tarde, o antes de tiempo, o que simplemente no pueden ser. Todos los personajes de la película están envueltos en ellos, y Chow (Tony Leung), para quien ya es tarde, demasiado tarde, lo refleja en un relato de ciencia ficción sobre el tiempo, la memoria, la soledad y la imposibilidad. Tan largos y dolorosos son los años. Tan triste es la vida. Tan infelices somos los mortales.
PS/“California Dreaming” no me remite al era del amor y la paz, ni a esa tierra cálida y paradisiaca al otro lado del Océano. Siempre que la escucho, lo que acude a mi mente es un local de comida rápida en Hong Kong.
PPS/Incluso “The Grandmaster”, que se disfraza de película de artes marciales, es una historia sobre amores imposible, sobre el tiempo, la soledad. Todos tenemos nuestros temas, que jamás nos dejan ir.