Hoy quedé con unos viejos amigos, a quienes no veía desde hacía mucho. Dos años. Me alegré mucho de verlos, y espero de verdad no volver a perder el contacto como lo hicimos (por falta de tiempo al principio, y luego por dejadez, porque ya se ha convertido en costumbre el no verlos).Pero de lo que quería escribir era de un resultado secundario de ese encuentro: y es que he recuperado mi Malafrena, que había prestado hace ya dos años.Malafrena es no sólo uno de mis libros favoritos, sino, sobre todo, uno de esas obras que me han acompañado desde siempre, que, para bien o para mal, me han hecho convertirme en la persona que soy.Malafrena está ambientado en la época del final del Romanticismo, a principios del XIX, en un país imaginario llamado Orsinia. Yo tendría unos dieciséis o diecisiete años cuando lo descubrí, en una biblioteca de Albacete, y era la época en que leí por primera vez “Werther”, o “Romeo y Julieta”. Os hacéis una idea, ¿verdad?. Y no pude sino quedar completamente hechizado por ese libro, por esas gentes, por Itale y Laura y Piera. Fue entonces cuando adquirí esa deuda que sólo he cumplido ahora, diez años después: “La Vida Nueva”, el libro que se prestan unos a otros, el libro que Itale le regala a Piera cuando se marcha de Malafrena. La otra deuda que adquirí entonces, “La Nueva Eloísa”, de Rousseau, todavía no la he pagado, pero sé que algún día lo haré.Itale Sorde se convirtió entonces en uno de esos personajes a los que consideras casi como tus hermanos, o verdaderas representaciones literarias de ti mismo. Lo lees, y sabes que tú habrías hecho lo mismo, dicho lo mismo, cometido los mismos errores. Por muchos libros que he leído, no he encontrado muchos como él: Marco Stanley Fogg, quizás Rai Merchant, tal vez alguno más que ahora mismo no me viene a la mente.Y también leí allí una frase que me marcó para siempre, que se pegó a mí, y que ha acompañado muchos momentos de mi vida. Muchos de mis actos, de mis pensamientos, han estado condicionados por esas líneas que leí allí (o que leyó allí la persona que yo era entonces… ese chico perdido… ha pasado tanto tiempo desde entonces):He tardado tiempo en comprenderlo. La vida no es una habitación, es un camino; cuando abandonas algo lo abandonas para siempre. No se puede retroceder. Así son las cosas. Quizás nunca volvamos a vernos.Quedé marcado para siempre. Tal vez por eso luego me ha costado tanto cambiar, porque siento que cualquier cambio es permanente, que nunca hay un camino de regreso (el regreso a casa, el tema favorito de Ursula LeGuin).No volvería a leerlo hasta varios años después, en otro lugar, en otra vida. Era mi primer año tras la Universidad, y compré el libro de segunda mano en la feria de Recoletos. Y volví a Orsinia… De nuevo quedé atrapado, hechizado, pero algo había cambiado.Apareció en primer plano Luisa, la condesa, la amante de Itale, que la primera vez me había resultado fría, egoísta. En aquellos días de mi adolescencia, no podía entenderla, aceptarla. El que Luisa antepusiera su interés, su amor por Itale, antes que los ideales de este, la Revolución, Orsinia…Pero era ya el 2001, y yo había cambiado, había traicionado tantos de mis sueños: prácticamente había dejado de escribir, había abandonado la Física para hacer software de control de tráfico aéreo en una empresa semimilitar… En aquellos tiempos necesitaba ordenar mi mente, descubrir quién era yo realmente, quién podía ser, descubrir que había alguna esperanza para mí. A veces recordaba a ese chico que leía a Goethe en Albacete, y pensaba que me habría despreciado, escupido (y quizás lo hubiera hecho… el problema de tener ideales demasiado elevados es que suelen estar acompañados por la intransigencia).Fue entonces cuando releí Malafrena, cuando comprendí a Luisa. Y otra frase me marcó:No hay más libertad que actuar por uno mismo, para uno mismoVivir, ese es el deseo de Luisa. Por encima de cualquier otra cosa, vivir. Y eso es lo que yo intento desde entonces.